miércoles, 24 de abril de 2013

El amargo sabor de sabernos vulnerables

Es un duro golpe perder la confianza en cualquier cosa: en las instituciones, en las personas, en uno mismo. Mas duro aún es la sensación de vulnerabilidad que nos abruma cuando confirmamos que todas las defensas que hemos creado para protegernos pueden ser penetradas. 

El control sobre todos las cosas no es posible, en especial si algunas de ellas deben ser delegados en otras personas, pues la mente y las emociones a veces juegan malas pasadas. A todos. Cada uno reacciona diferente a los mismos estímulos y por tanto lo que unos consideramos seguro, estable o fácil de hacer otros pueden asumirlo como exagerado, cuestionable o confuso. Y esa es la primera grieta. La que solo capta nuestra atención cuando se produce un acontecimiento desafortunado. Llámese robo,  traición o abuso.

Ante ellos, quedamos sin defensas, como desnudos de los escudos que nos protegen y nos invaden sensaciones de inseguridad, de desconfianza y de rechazo. Ahora somos susceptibles de recibir golpes y desventuras que requerirán llenarnos de coraje y fuerza para encajarlos de un “modo elegante”

Vulnerables!

El sabor de la vulnerabilidad es amargo pero debemos permitir que el sentido común y el tiempo restituyan la confianza y la fe para no permanecer hundidos en desasosiegos y amarguras que solo nos arrugan y envejecen el cuerpo y el alma.

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